La iglesia del antiguo noviciado de la
Compañía de Jesús constituye uno de los ejemplos más sobresalientes del barroco
sevillano. La originalidad del edificio radica muy especialmente en el trazado
de su planta, única en Sevilla, y de marcada influencia italiana.
En el año 1609 dispuso la Compañía de
Jesús instalar un noviciado, bajo la advocación de San Luis Rey de Francia, en
Sevilla. Desde los primeros momentos se preocupó la Orden de la edificación de
un templo que satisficiese las necesidades del Noviciado, pero las obras no
dieron comienzo hasta 1699, finalizándose en 1731 y siendo bendecida en
Noviembre de ese mismo año. Fue consagrada la Iglesia en honor de San Luis, Rey
de Francia y de los Santos mártires Benito y Casto en 1733.
La iglesia se ha atribuido a Leonardo de
Figueroa, aunque se considera que la planta vino impuesta por la Compañía de
Jesús, llevándose a cabo intervenciones posteriores al cargo de Antonio Matías
de Figueroa y Diego Antonio Díaz.
El templo de San Luis y el Noviciado
fueron poseídos por la Compañía de Jesús hasta que se decretó la expulsión de
los miembros de la Orden, por el Rey Carlos III. Tras este hecho el edificio
quedó sin uso, destinándose luego a Seminario Clerical.
En 1784, es ocupado por la comunidad de
franciscanos descalzos bajo la advocación de San Diego, cuyo convento situado
en las espaldas de San Telmo, había sufrido graves daños en una gran avenida
del Guadalquivir acaecida en 1783. Permanecieron aquí los religiosos durante
veinticinco años, hasta que la invasión francesa provocará su exclaustración en
1810.
Posteriormente los franceses
establecieron un Hospicio donde se recogían a los religiosos ancianos y pobres
de todas las órdenes. Pasada esta época volvieron a ocuparlo los dieguinos
hasta su devolución a la Compañía de Jesús en 1817, que lo ocupó hasta que en
1835 volvieron a ser desposeídos de él por orden de la Reina.
La iglesia y el noviciado, tras un breve
destino como casa de beneficencia, fueron dedicados a Hospicio Provincial.
En 1920 un rayo penetró por el lado
occidental de la bóveda y en su recorrido hizo destrozo en ella, en la imagen
alta, cornisa general y bóveda del coro; sufragando la restauración la
Superiora Sor Dominica Erezuna con sus fondos particulares.
La iglesia contiene un complejo programa
iconográfico jesuítico en cuya ejecución trabajaron los mejores artistas
sevillanos del siglo XVIII como Pedro Duque Cornejo, Lucas Valdés, Domingo
Martínez, etc., destacando los retablos, las pinturas murales y la cúpula.
La iglesia del antiguo noviciado de la
Compañía de Jesús constituye uno de los ejemplos más sobresalientes del barroco
sevillano. La originalidad del edificio radica muy especialmente en el trazado
de su planta, única en Sevilla, y de marcada influencia italiana.
Dada esa posibilidad, el arquitecto
sevillano Leonardo de Figueroa, máxima figura del barroco local en su momento
de mayor creatividad, y cuya intervención en la iglesia está documentada, se
limitaría a actuar como simple maestro de obras, lo cual no fue obstáculo para
que se decidiera a introducir en ellas su característica impronta decorativa.
Otros arquitectos intervinieron también en la ejecución de esta iglesias, como
Antonio Matías de Figueroa, hijo del anterior, y Diego Antonio Díaz.
La planta de la iglesia se resuelve en un
rectángulo donde incluye un espacio centralizado resuelto con planta de cruz
griega, casi circular, cubierto por una enorme cúpula sobre tambor que le
otorga intensa iluminación al conjunto. Cuatro espacios semicirculares se abren
en cada frente de este recinto, sirviendo el frontal de Capilla Mayor. El
interior se articula con elegantes columnas salomónicas sobre alto pedestal,
entre las que se abren capillas, hornacinas y tribunas en dos cuerpos, con
amplio friso decorado sobre el que se alzan el tambor y la cúpula.
Detalle de la decoración escultórica
central en fachada.
Un amplio programa iconográfico de
exaltación jesuítica cubre por completo los muros y la cúpula de la iglesia,
donde dejan parte de su mejor trabajo profesional pintores de la talla de Lucas
Valdés y Domingo Martínez, así como el escultor Pedro Duque Cornejo. En su
aspecto decorativo hay que hacer especial mención del diseño en las tallas de
madera y de forja que muestran las tribunas en sus balcones y celosías. El
retablo principal, con lienzos de la escuela de Zurbarán, da muestra de la
versatilidad de Duque Cornejo, artista que combina con facilidad y maestría la
rica colección de cuadros de distintos formatos con espejos, relicarios y
cortinajes.
La fachada de la iglesia cuenta también
con un planteamiento espectacular, aunque su falta de perspectiva, en el
estrecho tramo de la calle San Luis donde se ubica, le priva de la visión que
le otorgó su autor, pensando quizás en un espacio más amplio para ser
contemplada. Se levanta en dos cuerpos de altura: uno primero porticado con
cinco vanos que alternan el ritmo de arco y dintel, que se corresponden en el
segundo con ventanales decorados con frontón alterno curvo y recto. Una
balaustrada corona el frente, interrumpida por frontón con ángeles con el
escudo real; y dos torres de planta octogonal cierran la fachada, centrando
entre ellas el potente volumen de la cúpula revestida como aquellas con
azulejos y tejas en blanco y azul. Elemento importante de esta fachada es la
admirable labor decorativa tallada en ladrillo que refuerza con intensidad sus
elementos, en los que se muestra la impronta característica de Leonardo de
Figueroa.
Dos torres campanario, de planta
octogonal, se levantan a ambos lados de la fachada, siguiendo el eje de los
huecos extremos. En ellas se alternan vanos de medio punto, doblados, con
hornacinas aveneradas que portan esculturas de santos y evangelistas,
flanqueadas por columnas decoradas en su tercio inferior y superior y estriadas.
Este cuerpo se presenta recorrido por un entablamento con cornisa decorada con
casetones y cornisa moldurada y saliente. El segundo cuerpo, también octogonal,
es macizo y presenta decoración de recortes y molduras mezclados con azulejos
vidriados en azul. Las torres se encuentran rematadas por un cupulín con
nervios y tejas vidriadas en azul y blanco, coronado por una linterna con
veleta y cruz de forja.
Por fin parece que esta joya del Barroco
sevillano reabrirá sus puertas, tras un largo periodo de restauración, para la
próxima Bienal de Flamenco, que se celebrará entre el 9 de septiembre y el 2 de
octubre, según director del certamen,
Cristóbal Ortega, y el delegado de Cultura, Antonio Muñoz, han anunciado la
medida este jueves en Fitur durante la presentación de la programación cultural
del próximo otoño en la ciudad. No será mal momento para disfrutarla.