Otra
joya de nuestro patrimonio, bastante desconocida, que merece la pena visitar.
El Palacio Arzobispal ocupa la mayor
parte de la manzana delimitada por la plaza Virgen de los Reyes al sur, la
calle Don Remondo al este, Segovias al norte y Placentines y Alemanes al oeste.
Es uno de los grandes desconocidos a pesar de su enclave en el casco antiguo de
Sevilla, junto a la catedral, la giralda y los reales alcázares, este edificio
es para la mayoría un exterior fantástico barroco que raras veces se visita y
solo parcialmente.
El edificio se enclava en el borde
meridional de la antigua acrópolis, en el solar que ocupa hubo un conjunto
termal de época romana y unas casas almohades.
El Palacio Arzobispal de Sevilla es un
monumento de primer orden, que está ligado como pocos a la historia de la
ciudad desde los mismos días de la Reconquista cristiana. El año 1251, Fernando
III el Santo donó al Obispo Don Remondo, entonces titular de Segovia y poco
después de la sede hispalense, unas casas en la plazuela de Santa María.
Del primitivo palacio no queda resto
alguno, puesto que los más antiguos pertenecen al proceso constructivo que se
desarrolló en la segunda mitad del siglo XVI, en tiempos del Arzobispo Don
Rodrigo de Castro, quien inició la transformación de las antiguas casas
arzobispales en un solo conjunto unitario, proceso que prosiguió a comienzos
del siglo XVII, dirigiendo las obras el milanés Vermondo Resta, arquitecto
diocesano. En esta época se configuró la actual fisonomía del Palacio en torno
a sus dos patios principales.
El cuidado y sensibilidad que han
mostrado siempre queda patente en las constantes obras de conservación y
embellecimiento que los distintos obispos han realizado allí. En las piedras,
techumbre y salones del edificio actual quedan testimonios arqueológicos de las
llevadas a cabo por el Arzobispo don Gonzalo de Mena (1395-1400), y
sucesivamente de las hechas a fines del siglo XV, y de las del Arzobispo don
Diego de Deza (1505-1523), y luego el Cardenal Muñoz de Guevara.
En la segunda mitad del siglo XVII, el
Arzobispo Patiño inicia el definitivo engrandecimiento del Palacio Arzobispal
de Sevilla y ordena construir la magnífica escalera barroca, ejecutada por Fray
Manuel Ramos.
Hace pocos años el cardenal don Pedro
Segura y Sáez ordenó y financió en el palacio importantes trabajos de
consolidación y restauración.
Excepcionalmente en el siglo XIX el
palacio fue Comandancia General durante la ocupación francesa y vivienda
ocasional de los Duques de Montpensier a su llegada a la ciudad. En 1810 sirvió
de alojamiento al mariscal Soult y sus oficiales, recuperando el palacio el
nuevo arzobispo Mon y Velarde en noviembre de 1816. Respecto a Antonio de
Orleáns y María Luisa Fernanda de Borbón, duques de Montpensier, se alojaron en
este edificio en 1848, mientras se habilitaba el palacio bajo de los Reales
Alcázares.
La portada principal, a la plaza de la
Virgen de los Reyes, de estilo barroco, es obra de Lorenzo Fernández Iglesias y
Diego Antonio Díaz; fue construida en el siglo XVIII y está considerada una de
las mejores del barroco sevillano. En ella cabe destacar los colores albero y
sangre de toro con que está decorada, colores que acompañan a otros edificios
emblemáticos de la ciudad.
El edificio se distribuye en torno a dos
patios principales y otros menores ajardinados en la parte posterior, tiene
como elementos barrocos de primer orden la escalera monumental, las fachadas y
las dos portadas; la principal de ellas verdaderamente majestuosa.
Esta portada viene a culminar el proceso
de remodelación que se había llevado a cabo durante las últimas décadas del
siglo XVII, y se levanta bajo el patrocinio del arzobispo don Manuel Arias, por
lo que su escudo campea sobre la clave del arco de entrada. Labrada en piedra, se
levanta en dos cuerpos de altura donde destacan las bellas columnas corintias
pareadas del primer cuerpo. Un frontón curvo partido da paso al segundo cuerpo,
donde pilastras talladas flanquean el balcón central que se enmarca con
potentes molduras. Finalmente, una cornisa que se arquea sobre el dintel del
balcón da paso a un remate de pináculos y jarras con azucenas, emblema de la
diócesis sevillana, centrando una cruz de hierro forjado.
En el costado que da a la calle
Placentines posee otra portada, mucho más sencilla que anteriormente descrita.
Como anécdota, se hace referencia a que bajo ella se cobija tradicionalmente la
imagen del Señor de la Sagrada Cena en la mañana del día del Corpus Christi.
Nada más cruzar el umbral de la portada
lo primero que se puede observar son dos patios de estilo manierista
construidos entre los siglos XVII y XVIII. Se encuentran separados por una galería
central al final de la que se sitúa la escalera principal. Ambos patios
muestran en sus paramentos un enlucido que va a ser característico del barroco
sevillano, a base de ocre y almagra.
El segundo patio posee una fuente del
siglo XVI, detrás de éste se encuentran las dependencias del Archivo General
del Arzobispado y Biblioteca, que conserva toda la documentación eclesiástica
de la archidiócesis hispalense, datando los más antiguos del siglo XIV, los
fondos de este archivo están siendo reordenados y clasificados desde el año
1972 bajo la supervisión de la Institución Colombina habiéndose catalogados
aproximadamente más de 13.000 legajos, unos 300 pergaminos y cerca de 800
libros, llegando a ocupar más de 2.500 metros lineales.
Del interior destaca su majestuosa
escalera central realizada en mármoles de colores en un solo tiro y tres tramos
que culminan en una amplia tribuna, levantada en el s. XVII por Fray Manuel
Ramos bajo el patrocinio del arzobispo don Jaime Palafox. El hueco de la
escalera se cubre con un casquete oval decorado con pinturas de Juan de Espinal
realizadas hacia 1775 durante el arzobispado de don Francisco Javier Delgado
Venegas.
También es admirable el Salón Principal. Tiene
el techo más ricamente pintado de todos los palacios sevillanos,
constituyéndose en uno de los conjuntos pictóricos más importantes del siglo
XVIII. Se trata de una colección de 60 pinturas al óleo sobre lienzo de autores
tales como Bartolomé Esteban Murillo, Juan de Zamora y Juan de Espinal.
La Capilla se construyó a mediados del
XVII y fue renovada entre 1779 y 1780 bajo la dirección de Antonio Figueroa. Se
sitúa en la planta alta, en el frente Norte del patio del apeadero. Es de
planta rectangular de una sola nave, con cinco tramos, ábside semicircular
orientado a poniente y se cubre con bóveda de cañón con lunetos. En cuanto a la
decoración, encontramos un friso neoclásico, cinco retablos y el escudo del
obispo Spínola sobre la bóveda.
Además, el palacio, posee un importante
patrimonio artístico compuesto por pinturas y esculturas del barroco sevillano,
superado únicamente en Sevilla por el Museo de Bellas Artes y la Catedral,
convirtiéndose en la tercera pinacoteca de la ciudad, entre sus pinturas se
pueden ver obras de Francisco Herrera el Viejo, Francisco Pacheco, Zurbarán y
Murillo a esto hay que añadir colecciones procedentes de las escuelas italiana
y holandesa también de estilo barroco.
Estos fondos pictóricos fueron
catalogados en 1979 por Valdivieso y Serrera determinando que existen 296
pinturas, conteniendo obras que datan de los siglos XVI al XX, aunque la
mayoría de ellos están datados entre los siglos XVII al XVIII.
En fin como habrán podido apreciar otra
joya de nuestro patrimonio, bastante desconocida, que merece la pena visitar.