Más de 800 años de historia han hecho de
este edificio una auténtica fortaleza. Un templo invulnerable y eterno que
alberga auténticas obras de arte y reliquias dignas de admiración y veneración.
Se denomina la «catedral» de Triana, y posiblemente lo fue, ya que se dice que
tal vez fue sede de un obispo y pudo ser Catedral.
La iglesia de Santa Ana comenzó a
construirse en el año 1276, por orden del rey Alfonso X, El Sabio. Su origen se
debe, según reza la inscripción de uno de sus muros, a la curación del monarca
de una enfermedad que padecía en los ojos, mediante la intervención milagrosa
de Santa Ana, madre de la Virgen María.
Fue reedificada en la segunda mitad del
siglo XIV, ejecutándose también importantes reformas tras el terremoto de 1755,
en la que resulto muy dañada, que desvirtuaron su fisonomía medieval. Dichas
reformas fueron llevadas a cabo por Pedro de Silva entre 1756 y 1758.
La caña de la torre data de la primera
mitad del siglo XIV y los dos cuerpos superiores son de la primera mitad del
siglo XVI. El chapitel piramidal de caras rectas sobre banco ochavado que
presenta, es un tipo que generalizan Pedro de Silva y Antonio Matías de
Figueroa en el siglo XVIII.
De esa misma época son las ventanas
molduradas que presentan las galerías superiores y diez ventanas exteriores del
edificio que se abrieron para proporcionarle más luz.
Parece ser que el templo estuvo
fortificado, ya que se trataba de la primera iglesia construida tras la
Reconquista de Sevilla, apartada del castillo de Triana, y lejos por tanto del
recinto amurallado de la ciudad. A este amurallamiento pertenecerían el remate
almenado de las cubiertas de la terraza y las galerías a modo de triforio que
recorren lateralmente las naves.
A lo largo de su historia la fábrica
antigua quedó enmascarada, hasta que fue restaurada entre 1970 y 1975 por el
arquitecto Rafael Manzano Martos, siendo suprimidas las pinturas de la mayoría
de las capillas, así como de los muros y pilares de la iglesia, quedando en
ladrillo visto.
La iglesia de Santa Ana es de planta
rectangular sin crucero, con tres naves, la mayor más alta y ancha que las
demás, terminadas en capillas poligonales con coro situado en el penúltimo
tramo de la nave central, capillas adosadas a los muros del Evangelio y de la
Epístola, y torre.
Las naves se dividen en cinco tramos y se
separan por pilares rectangulares retallados de ladrillo, que han sufrido
diversas reformas a lo largo de la historia y que hoy se encuentran despojados
de toda ornamentación, sobre los que campean arcos apuntados.
Destacan por su singularidad las galerías
a modo de triforio que recorren lateralmente la parte superior de las naves, y
que son visibles al exterior por unas ventanas molduradas. Este elemento
contribuye a dar al edificio fisonomía propia y es el único aspecto «defensivo»
que conserva una iglesia, que probablemente en sus inicios estuviera
fortificada.
La cabecera de las naves termina en
capillas poligonales, de las cuáles la central es de mayor tamaño que las
demás, al hallarse precedida por un tramo rectangular, y presenta un ligero
esviaje respecto al eje central de la planta. En dichas cabeceras se alojan la
Capilla Mayor en la nave central, elevada del resto del edificio mediante unas
gradas de jaspe, la Capilla de la Madre de Dios en la nave del Evangelio y la
Capilla del Calvario en la nave de la Epístola.
La Capilla de la nave central contiene el
Retablo Mayor, de estilo plateresco, obra maestra del renacimiento sevillano, y
la del Calvario alberga la pila bautismal, trasladada aquí desde la capilla a
la que da nombre, decorada con pinturas murales de Domingo Martínez fechadas en
1740.
Tanto a la nave del Evangelio como a la
de la Epístola abren ocho capillas, cuatro en cada una de ellas, a las que hay
que sumar las tres situadas en las cabeceras poligonales que rematan las naves.
Las Capillas de la nave del Evangelio son la Sacramental, situada en el segundo
tramo de la nave, la dedicada a las Santas Justa y Rufina, en el cuarto, la del
Bautismo en el último y la de San Francisco a los pies, siendo las Capillas de
la nave de la Epístola las dedicadas a San Joaquín, en el segundo tramo, a
Santa Bárbara, en el cuarto, a la Divina Pastora en el último, y a las Ánimas a
los pies.
El volumen exterior de la iglesia de
Santa Ana es bastante irregular, debido a las capillas adicionadas a las naves
laterales, los contrafuertes y merlones que aparecen en algunos de sus tramos.
En sus distintas fachadas se abren tres portadas, una a los pies y dos
laterales en los muros del Evangelio y la Epístola.
La iglesia conserva una hermosa portada
original, la lateral de la nave del evangelio, compuesta por siete pares de
columnillas rematadas con capiteles decorados con elementos vegetales, con sus
correspondientes arquivoltas; la exterior acabada en una perfecta línea de
puntas de diamantes más un baquetón en zig-zag. Toda la portada, realizada en
piedra, se enmarca bajo un gablete apuntado sobre el que aparece el escudo de
Castilla.
La portada de la nave de la epístola se
encuentra muy reformada, está construida en ladrillo y se compone de tres arcos
apuntados que arrancan de una imposta sin decoración alguna.
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