La Casa de la Moneda de Sevilla fue una
de las siete cecas principales de Castilla autorizadas a continuar después de
1497 por los Reyes Católicos. La Casa Nueva de la Moneda se construyó en las
huertas de las Atarazanas, próxima al río, y ubicada en la entrada de la ciudad,
entre la Torre del Oro y la Torre de la Plata, situación que le permitía
supervisar todo aquello que venía desde América.
La nueva fábrica quedaba a menos de 200
metros de donde estaba la vieja, y a medio camino entre los muelles y la Casa
de la Contratación, recorrido de los mercaderes de plata y oro. De esta forma,
La Real Casa de la Moneda de Sevilla era el centro neurálgico donde se fundía
el oro y la plata de la época que después era convertido en marcos y doblones
para posterior sostenimiento de la economía europea en pleno siglo XVI, época
de conquistadores del Nuevo Mundo.
En 1868, la Fábrica de la Moneda
sevillana pierde su función fabril, tras lo cual será dividida en lotes y
vendida a diversos particulares- Ildefonso Lavín, Inocencio Ocho y José
Marañón- que la reconvertirán en un conjunto de viviendas en régimen de
alquiler. En el año 1879 la propiedad de la antigua Casa de la Moneda pasará a
manos de un solo propietario, D. Manuel Marañón y Martínez.
A partir de este momento, la antigua
fábrica de moneda comenzará a protagonizar una serie de reformas, tanto
internas como externas, que cambiarán radicalmente su estructura y fisonomía
primitivas, como la del siglo XVI y otra en el siglo XVIII, cuando se le añadió
la gran portada que conforma el acceso principal, obra de Sebastián Van der
Borcht; así como otra serie de reformas de cara a solventar problemas de
filtraciones y estructurales derivados del terremoto de Lisboa de 1755.
Así, el conjunto actual corresponde a las
reformas realizadas por Sebastián Van der Borcht, ya que en el siglo XVIII los
edificios se encontraban en una situación deplorable. Este ruinoso estado hace
que el 17 de mayo de 1761 se encargue al arquitecto la dirección de las nuevas
obras de reforma en la Casa de la Moneda. Esta es la segunda gran intervención
que se desarrolla sobre el edificio durante este siglo y es sin duda la de
mayor importancia, dado que con ella la antigua fábrica cambiará
sustancialmente de fisonomía al conectarse directamente con el exterior por medio
de una portada monumental, posibilitando la comunicación directa entre el
antiguo Patio de los Mercaderes (hoy calle Habana) y la ciudad; se pretendía
dotar de mayor funcionalidad al edificio. El elemento más destacable de esta
época es la portada principal de acceso, que presenta un gran arco central muy
rebajado, flanqueado por pilastras jónicas y orejetas almohadilladas. Las
pilastras dan paso, en la planta superior, a un frontón partido y escalonado,
que albergaba el escudo real y que sería sustituido en el siglo XIX por el
balcón que vemos actualmente. Este escudo estaba flanqueado por los dos
jarrones que persisten actualmente. Las obras finalizaron dos años después,
siendo “celebrada por todos” los sevillanos.
Pero no termina ahí la intervención de
Van der Borcht, sin embargo, la escasez de presupuesto -empleado casi en su
totalidad para la realización de la portada- había provocado la paralización de
las obras quedando aún por concluir. No obstante esta suspensión, las obras
siguieron su curso aunque a las órdenes del ingeniero delineador Miguel de
Taramas.
Las instalaciones de la Nueva Casa de la
Moneda, poco a poco, se fueron abandonando, llegándose a deteriorar de manera
que se encontraba en estado totalmente ruinoso hasta que a finales del siglo XX
se decidió su restauración, quedando un edificio semejante a lo que era en su
esplendorosa época.
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